Carro, carromato, tartana o volquetes. Estos eran algunos de los vehículos, del mundo rural, que transitaban, a finales del siglo XX o principios del siglo XX, por los caminos de tierra de Xàbia. No había vehículos, las personas trasladaban sus enseres o comida gracias a los carros. Y es que, los carros eran mucho más que un medio de transporte: eran extensiones de las manos y del ingenio de sus creadores.
Los sendas eran surcadas por ruedas de madera y los protagonistas de esta historia eran los carreteros, un oficio de antaño, ahora perdido. En este reportaje homenajeamos a los carreteros, aquellos hombres que convirtieron madera y hierro en verdaderas obras de arte.
Ser carretero no era un simple trabajo, suponía el dominio de múltiples habilidades. Ser carretero era ser carpintero, ebanista y herrero. Era crear una obra de arte funcional a través de materiales rústicos. Cada carro era único, diseñado para cumplir funciones específicas, desde el transporte agrícola hasta el uso personal. Cada carro representaba la destreza y la pasión de los carreteros.
Las ruedas, piezas fundamentales, eran un testimonio del equilibrio entre resistencia y precisión. Fabricarlas requería un cálculo meticuloso: desde cocer los cubos hasta ajustar los aros de hierro, calentados en una gran hoguera para encajar a la perfección. Los detalles, como las barandillas, el freno o los dibujos tallados en la madera, no solo cumplían funciones prácticas, sino que también eran motivo de orgullo y admiración.
El carretero era mucho más que un simple artesano. Sin planos en papel, diseñaba cada vehículo en su mente, fruto de años de experiencia transmitida de generación en generación. Desde las varas que guiaban al animal hasta la caja que soportaba la carga, hasta las ruedas —las piezas más complejas—. Cada pieza del carro debía ensamblarse con precisión y resistencia para soportar los terrenos irregulares y las largas jornadas.
Las herramientas eran rudimentarias pero eficaces: gubias, sierras, tornos y compases se combinaban con el fuego y el martillo para modelar hierro y madera. Cada carro, terminado, era una obra artesanal única, reflejo del esfuerzo y la creatividad de su creador.
Este oficio, esencial en las sociedades rurales, símbolo de lo que era y de lo que vivía Xàbia, se desvaneció con la llegada de la mecanización. Y es que, con la llegada de los vehículos motorizados y la mecanización de las tareas agrícolas, los carros dejaron de ser necesarios.
A continuación tienes un índice con todos los puntos que vamos a tratar.
El oficio en Xàbia: nombres que marcaron una época
Hablamos ahora de los maestros carreteros de Xàbia. El arte del carretero tuvo nombres y apellidos. Vecinos de Xàbia que dejaron huella en la historia local. Entre los talleres más destacados se encuentran los de Clarí, Bou y Sendra, cuyos trabajos sobrevivieron al paso del tiempo hasta bien entrado el siglo XX. De hecho, podríamos decir, que fue en 1960 cuando se puso fin a la creación de este vehículo.
Bartolomé Cardona 'Clarí'
Los carros de Clarí, a manos de Bartolomé Cardona Fornés, se creaban en el carrer La Font. Aunque Bartolomé, siendo un niño, sobre 1927, ya daba forma a la madera para crear los carros, pero no fue hasta 1941, según se refleja en el registro del libro de matrícula, cuando montó su propia empresa bajo el nombre de Clarí, un sobrenombre que ya resonaba en sus generaciones anteriores.
El taller de Clarí se convirtió en un referente para la construcción de carros en la localidad, produciendo vehículos de madera que combinaban funcionalidad con una belleza artesanal. Uno de sus últimos carros se conserva expuesto en la planta de etnografía del Museu Soler Blasco de la localidad.
A día de hoy, sus descendientes siguen el negocio de la carpintería en el mismo lugar que ocupó la fábrica de carros.
Fustería Bou: Batiste Bou
Por otro lado, Fusteria Bou se mantuvo activa hasta los años 60, siendo el último taller en funcionamiento en Xàbia. Este lugar no solo producía carros, sino que también reparaba otros tipos de carruajes, desde tartanas hasta carromatos destinados al transporte pesado. Las piezas y herramientas que salieron de este taller son ahora testimonios de un mundo desaparecido, preservados en el Museo de Xàbia.
Batiste Bou, conocido como 'El carreter', nació en Xàbia, en la partida de 'Els Castellans', el 10 de octubre de 1910. Desde joven comenzó a trabajar con un carretero y aprendió el oficio. Años después, se estableció en el Poble Nou de Benitatxell, donde pasó algunos años reparando carros y bicicletas, además de trabajar como carpintero y herrero.
A principios de los años 30, se trasladó a trabajar en la poda de viñas en el Arger para ganar dinero, que posteriormente invirtió en un taller y vivienda que construyó en la Avenida de Ondara.
Durante la Guerra Civil, ya establecido, según narraba a sus familiares, «tuvo bastante suerte, a pesar de la difícil situación. Las personas necesitaban los carros para ir al campo, y muchas veces le pagaban en especie, lo que le aseguraba cubrir sus necesidades básicas».
Con la llegada y el desarrollo de los automóviles, el oficio de carretero fue disminuyendo, lo que lo llevó en los años 60 a enfocarse más en la carpintería y algunos trabajos en hierro. Sin embargo, como no disfrutaba mucho de la carpintería, terminó alquilando su taller a sus trabajadores, quienes eventualmente formarían 'La Javiense' alrededor de 1971; una carpintería que más tarde se trasladó a la subida del 'Colomer', y que a día de hoy sigue en activo. -Gracias al fondo documental de los hermanos Molina recuperamos este vídeo de la Javiense de 1980-
Poco tiempo después, Batiste Bou se jubiló, aunque todavía realizó algunos arreglos en los pocos carros que quedaban. En 1973 aproximadamente, construyó su último carro, un modelo pequeño a escala para que su hijo, Joan Bou pudiera jugar, y que hoy en día aún conserva.
Según narra su hijo, «el último trabajo que recuerdo de él fue una reparación a un carro de un tal 'Ganxo' de Teulada, al cual le cambió todo el sistema de frenos. Este trabajo fue realizado a finales de los años 80 o principios de los 90 y está documentado en el Museo de Dénia».
Su señas, una identidad propia
La construcción de los carros venía marcada por una identidad. «Cada carretero tenía sus características distintivas que los diferenciaban de los demás», explica Joan Bou, quien añade que por ejemplo, «el 'pujador' (el levantamiento del carro) que hacía mi padre era diferente al de otros, así como ciertos detalles en las ruedas».
El carro más grande que construyó Batiste Bou fue un 'carro de mano', similar a una carretilla grande que no requería de un animal para moverse. El carro pequeño, construido alrededor de 1973, es un modelo a escala con muchos detalles de los carros grandes. El 'cubo' de las ruedas, el 'pujador' y el freno son características distintivas de los carros grandes que fabricaba Batiste.
Otros carreteros de Xàbia
Fusteria Sendra y artesanos como José Ballester, instalado en Ronda Norte y registrado como constructor de carros en 1938, también dejaron su huella. Cada uno aportó su visión y su estilo, adaptándose a las necesidades de los agricultores, comerciantes y viajeros de la época.
Características de los carros
En Xàbia, los dos últimos talleres en funcionamiento fueron el de Clarí y el de Bou, que fue el último que funcionó y de donde provienen algunas de las piezas que se exponen en el Museo Soler Blasco. Aunque los carros se hacían siguiendo las indicaciones de quien lo encargaba, los labradores utilizaban unos carros con unas medidas más o menos semejantes de aproximadamente 320 cm de longitud máxima (caja y barras) y una anchura de 142 cm. Las ruedas presentaban unos diámetros entre 116 y 120 cm. Estas dimensiones, fruto de la experiencia acumulada, permitían transportar entre 16 y 20 quintales de carga.
Hoy, los carros que se conservan cuentan historias de un tiempo en que el ritmo de la vida era más pausado, en que la relación con la tierra era más directa y los oficios se transmitían de generación en generación.
Lo que antes era una herramienta indispensable ha pasado a ser un objeto decorativo, buscado por coleccionistas y nostálgicos que valoran su historia y su artesanía, pero su legado sigue presente en la memoria colectiva, en los museos y en los rincones más recónditos de la historia de Xàbia.
El oficio de carretero, como tantos otros, es un recordatorio de que cada avance tiene su coste. En la prisa por modernizarnos, dejamos atrás no solo herramientas y técnicas, sino también formas de entender el trabajo. Sin embargo, en lugares como Xàbia, donde los nombres de los antiguos talleres aún resuenan, el carretero sigue vivo, no en la práctica, pero sí en la memoria, en los museos y en los corazones de quienes reconocen la importancia de preservar nuestro patrimonio.
Bibliografía
- Arxiu Municipal Xàbia
- Museu Soler Blasco
- Testimonios familiares: Joan Bou y Fusteria Clarí