Sociedad

«La luz de Navidad»

12 de diciembre de 2024 - 07:23

Lejos de mi querida Xàbia en la Navidad, dejaré que me ilumine la estrella que guio a los Reyes Magos hacia el Portal de Belén para que penetren en mi corazón los efluvios de esa luz, no solo artificial que ilumina las calles
y plazas de Xàbia, sino la luz permanente que irradia es maravillosa Villa Alicantina que me inspira y alimenta el cuerpo y el alma.

Antes de endilgarles este breve comentario y -quizá plomizo-, les aviso que durante mi infancia en mi pequeña Aldea de Los Cánovas de Fuente-Álamo de Murcia, carecíamos de luz eléctrica. En el hogar familiar nos alumbraba la luz solar, las estrellas, la luna, pero, sobre todo la luz divina.

Adornos árbol de Navidad Xàbia

Mi mamá, para alumbrarnos en casa usaba un candil con aceite y una mecha que se encendía con un mixto (cerilla). Normalmente mi mamá colgaba el candil en una repisa que sobresalía de la cocina de leña que teníamos para guisar y hacerse la comida con troncos y ramas secas de leña y, en invierno para calentarnos.

Pues bien, dada mi pequeña estatura, como niño, en más de una ocasión, mi cabeza, inocentemente tropezaba con el candil con lo qué mi jersey, camisa o pantalón se manchaban de aceite con el consiguiente enfado de mi querida madre. Por dos razones: porque derramaba parte del aceite del candil -que era escaso y caro- y, además, tenía que lavarme las prendas de vestir. ¿Por qué les he contado esta absurda historia? En parte para cotejar la gran diferencia con la que en la vida actual al llegar la Navidad se iluminan con gran alborozo las ciudades, pueblos y viviendas de la mayoría de los hogares del mundo. Incluso existe una enorme competencia y rivalidad entre países y ciudades con tal de presentar un árbol u otra figura más majestuosa y mejor iluminada.

Al parecer y, como tradición antiquísima, esta luminosa costumbre navideña está enraizada con el Nacimiento del Niño Jesús en Belén, que nació en un pesebre con la compañía de José y María, un buey y una mula, pero, según la historia recibió la vista de los Reyes Magos guiados por una brillante estrella. Quizá, esta luz divina, muchas veces invisible, es la que nos invita a iluminar con tanto afán y entusiasmo, cada año, las ciudades, pueblos y hogares en respuesta para recibir el soplo divino y consolador de esa luz espiritual.

Existe quizá, una significativa diferencia, que el precursor, Niño Jesús, de esa intensa, infinita y clarividente luz se presentó con humildad y sencillez naciendo en la más absoluta pobreza, mientras que nosotros la hemos
tergiversado y transformándola en grandes fastos comerciales, suntuosos y ostentosos de riqueza.

Volveré al principio. Aquel candil con el que nos alumbrábamos mi familia era una luz insignificante y que apenas iluminabas un espacio pequeño del hogar, pero, sin embargo, la luz interior invisible reinaba en el seno de la familia, e incluso entre los vecinos, que llenaba el corazón de amor, alegría y felicidad. Cantábamos villancicos acompañados de guitarras, panderetas, castañuelas y zambombas. Les prometo que añoro esos destellos luminosos de amor, paz, alegría y amistad.

Espero y deseo que me persiga esa luz divina y espiritual para no dejarme arrastrar por el materialismo y la fantasía de la luminosidad artificial. ¿Ustedes buscan también la luz de la auténtica Navidad? Ojalá.

¡FELIZ NAVIDAD XABIEROS!

Juan Legaz Palomares

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