En un rincón de la zona de Les Valls, en Xàbia, dirección a Jesús Pobre, surgió a finales de los años 70, un pequeño merendero que con el tiempo se convertiría en un icono de la gastronomía local y un refugio de recuerdos para quienes tuvieron la oportunidad de disfrutarlo.
La historia de ‘El Pinaret’ comenzó con la ilusión y el esfuerzo de Rosita Castelló y su hija Teresa Catalá, quienes decidieron dar vida a un sueño en un terreno rodeado de pinos, construyendo una pequeña edificación para ofrecer lo mejor de la cocina tradicional de Xàbia.
En un principio, El Pinaret abría sus puertas solo durante los meses de verano, ofreciendo platos sencillos pero llenos de alma: cocas, arroz al horno y algún que otro plato cocido en un horno de leña que se convirtió en el corazón del lugar.
El ambiente era modesto, con cañizos proporcionando sombra y mesas que se llenaban rápidamente a medida que el aroma de la comida casera se extendía por la zona. Aquel primer verano fue un éxito rotundo, superando todas las expectativas. La gente acudía en masa, y pronto las reservas comenzaron a llegar, colmando el pequeño merendero de comensales con ganas de degustar platos autóctonos.
Con la llegada del segundo verano, el éxito de El Pinaret seguía en ascenso. El pequeño merendero no bastaba para acoger a todos los que querían disfrutar de su cocina, y fue entonces cuando Rosita y Teresa decidieron ampliar el local y extender la temporada, abriendo desde Semana Santa hasta finales del verano. La cocina, bajo el mando de Rosita y su otra hija Ana, se convirtió en el epicentro de la gastronomía casera: arroces, carnes, pescados y postres que se preparaban con el cariño de una familia unida por su amor a la buena mesa.
El Pinaret no era solo un restaurante, era una experiencia. Cada plato se preparaba con esmero, cada detalle en la sala se cuidaba con amor. Teresa y su cuñado, esposo de Ana, se encargaban de la atención al cliente, creando un ambiente familiar y acogedor que hacía sentir a cada visitante como en casa. El soufflé, un postre estrella, se servía con una pequeña ceremonia: las luces se apagaban al momento de sacarlo, creando una atmósfera mágica que hacía que todos los comensales desearan probarlo.
Con los años, El Pinaret se convirtió en un lugar de celebraciones y encuentros, donde las quintadas, bodas y comuniones encontraban el espacio perfecto para celebrarse. No se trataba solo de organizar eventos, sino de poner el corazón en cada uno de ellos, de adornar con esmero y de asegurarse de que cada detalle fuera perfecto. Era un restaurante familiar en el más puro sentido de la palabra, donde cada celebración se vivía como propia.
Personajes públicos
El restaurante también fue testigo de la visita de figuras destacadas como el cantante Raimon, quien nunca fallaba en pedir su cazuela de arroz al horno, o el querido dibujante Forges, residente en Jesús Pobre, quien calificó El Pinaret como un lugar entrañable en una encuesta.
Pero más allá de las celebridades, fueron los clientes habituales quienes dieron vida a El Pinaret, aquellos que volvían noche tras noche, verano tras verano, así como los visitantes de Madrid y Valencia que no podían dejar de reservar una mesa en cuanto llegaban a Xàbia.
La oferta gastronómica del restaurante incorporaba también platos mediterráneos como conejo al ajillo, cordero al horno y paellas, muchas de ellas para llevar. El pan, cocido a leña en Jesús Pobre, y el all i oli, hecho a mano, eran el toque final que coronaba una experiencia culinaria sin igual.
En 1988, ante el crecimiento y éxito del local, se instala un nuevo cartel, no luminoso en el que se informa que es es un restaurante con tienda de souvenir.
La esencia familiar de El Pinaret se mantuvo viva gracias al trabajo de toda la familia y de aquellos que, aunque no eran de sangre, se integraron como tal. La joven María José Ferrer y Moisés Espinosa, entre otros, se unieron al equipo, creando un ambiente de trabajo envidiable, donde clientes y empleados compartían una relación cálida y cercana.
Con los años, El Pinaret también se convirtió en un punto de encuentro para la música en directo, organizando noches de viernes y sábado que deleitaban a los clientes y creaban un ambiente único. Pero, como toda historia tiene un final, el de El Pinaret llegó a mediados de los años 90, tras 15 años de servicio. El cansancio de la hostelería llevó a la familia a tomar la decisión de cerrar el restaurante, dejando tras de sí un legado de recuerdos imborrables para todos los que alguna vez cruzaron su umbral.
De restaurante a centro de formación
Sin embargo, El Pinaret no desapareció del todo. Su salón se transformó en un aula, dando paso a una nueva etapa como centro de formación y de inserción laboral, gestionado por la academia Hemeroscopea. Lo que antes era un lugar de celebración y festín, se convirtió en un espacio de oportunidad, donde muchos desempleados encontraron una nueva vía para salir adelante, formándose como jardineros y descubriendo nuevas formas de empleo y autoempleo.
Desde el año 2009, El Pinaret ha continuado siendo un lugar de vida, aunque ahora con un propósito distinto. Los talleres de jardinería y actividades de vivero han dado a la parcela un nuevo aire, transformando el legado de un restaurante en un motor de esperanza y formación para quienes más lo necesitaban.
El Pinaret de Xàbia, aunque ya no sirva sus cocas ni su soufflé, sigue vivo en la memoria de aquellos que lo conocieron, un símbolo de la tradición, el esfuerzo familiar y el amor por la tierra. Un rincón que siempre será recordado por el cariño que puso en cada plato, en cada celebración, y en cada vida que tocó.